20 de abril de 2021

A renda básica universal pode ser uma bandeira da esquerda

A Renda Básica Universal continua sendo um conceito polêmico, considerado uma proteção necessária contra o mercado por seus defensores e uma armadilha neoliberal por seus detratores. Mas há um argumento da esquerda em favor da UBI, e perderemos uma grande oportunidade se entregarmos suas bandeiras à direita libertária.

Luis Fernando Medina Sierra

Jacobin

O problema central da discussão sobre uma renda básica universal é a possibilidade de a classe trabalhadora pegar nas mãos a construção de um país soberano.

Em tempos de mudança, é sempre bom saber que algumas coisas permanecem intactas. Por exemplo, nos últimos anos, após a crise financeira e a pandemia de 2008, muitas das ortodoxias do neoliberalismo estão entrando em colapso. E, no entanto, a esquerda no mundo permanece fiel à velha tradição de se dividir amargamente.

Quando nos primeiros meses da pandemia ficou claro que as medidas epidemiológicas seriam insustentáveis ​​se a população não tivesse acesso a uma subsistência mínima, a ideia de renda básica universal (RBU) ganhou uma validade incomum. Para seus defensores, foi um espetáculo quase surreal ver como o que antes não era uma ideia utópica defendida por certos setores da esquerda (e alguns libertários da direita, é preciso dizer), de repente se tornou um truísmo apoiado por muitos formadores de opinião bien pensant. Ainda assim, na esquerda continua a ser alvo de ataques às vezes virulentos.

Talvez não haja remédio para as tendências fratricidas da esquerda. Mas pode haver maneiras melhores de gerenciá-las. Em vez de repetir o debate - desta vez em torno da RBU - com todas as suas desqualificações e insultos mútuos, talvez esta seja uma oportunidade para algo diferente: tentar esclarecer os termos para que cada lado entenda um pouco mais não só o outro, mas também a si mesmo e às premissas que cada um está implicitamente aceitando.

Ganhar o terreno da direita libertária

En la izquierda a menudo causa sospechas el hecho que la RBU tenga tantos defensores en la derecha libertaria, como es el caso de Charles Murray o incluso (aunque dependiendo de cuestiones exegéticas) Friedrich Hayek. Para esos sectores libertarios, la RBU es un mecanismo que permite cierta redistribución del ingreso sin incurrir en los costos de eficiencia que otras medidas pueden tener (tales como los impuestos progresivos o los salarios mínimos) y al mismo tiempo quitándole atribuciones al Estado.

Se trata, sin duda, de un argumentario de pura estirpe de derecha. Pero esto no nos debe hacer perder de vista la enorme concesión que hay aquí implícita a la causa progresista: el reconocimiento de que la erradicación de la pobreza es responsabilidad de toda la sociedad y que debe hacerse mediante mecanismos anónimos que preserven la dignidad de los beneficiarios. Con los tiempos que corren, no es poco...

Lo interesante de esta visión es que nos ayuda a poner de relieve los difíciles dilemas políticos que se avecinan. Las «ineficiencias» del Estado del bienestar tradicional que desesperan a los economistas de derecha no son otra cosa que el resultado de la acción organizada de actores clave de la sociedad civil. Para bien o para mal, el Estado del bienestar se construyó sobre la base de los derechos sociales conquistados por los trabajadores mediante movilizaciones en sus respectivas empresas (y, luego, mediante la coordinación sindical, en sus respectivas industrias). La RBU se presenta, en cambio, como una nueva forma de Estado del bienestar, cuyo soporte no depende ya de empresas y trabajadores sino de la sociedad en su conjunto.

Pero entonces los defensores de la RBU (como quien escribe) tienen que responder dos preguntas fundamentales. Primera: ¿hay razones, no asociadas al argumentario de la derecha libertaria, para renunciar al sistema actual de garantía de derechos sociales? Segunda: ¿no es iluso pretender que una entelequia abstracta como «la sociedad en su conjunto» pueda, de verdad, ser el nuevo garante de esos derechos sociales?

Un debate tan antiguo como el capitalismo

Se ha puesto de moda decir que la RBU es necesaria ante el incontenible crecimiento de la robotización. Pero este argumento no es del todo convincente. La tecnología viene destruyendo puestos de trabajo desde hace ya doscientos años. Aparte del hecho de que la robotización puede ahora destruir los puestos de trabajo de personas de clase media profesional con muchísimo capital político (como los contadores o los radiólogos), no es claro en qué se diferencia este fenómeno de los que hemos vivido en el pasado.

Si algo nos enseña la historia del capitalismo es que, mientras la gente dependa del mercado de trabajo para sobrevivir, cuando sobreviene el cambio tecnológico no se puede quedar quieta sino que, a veces a un costo humano terrible, busca nuevas formas de emplearse para sobrevivir. La idea de que un día va a haber tantos robots que habrá un mar de personas desempleadas pidiendo una RBU es una distopía futurista que ignora las lecciones del pasado y el presente.

Basta con mirar los tugurios de las ciudades latinoamericanas donde malviven millones de personas vendiendo toda clase de bienes y servicios. Muchas de ellas fueron empujadas a esa situación por cambios tecnológicos, bien sea en la agricultura de sus propios países o en el comercio mundial, que destruyeron su forma de vida anterior. No están desempleadas. Más bien, están sometidas a una forma particularmente pavorosa del fenómeno que caracteriza los mercados laborales desregulados: la autoexplotación.

Es la misma autoexplotación que vemos en los trabajadores que, sin ser reconocidos como empleados, entregan compras a domicilio en bicicleta, recogen pasajeros en sus vehículos particulares o se inventan toda clase de «emprendimientos» a los que solo dos evaluaciones negativas de usuarios los separan de la extinción.
 
Una RBU para combatir la precarización digital

Con esto entramos en otro punto. Hay otro cambio tecnológico que tiene alta relevancia para el debate sobre la RBU: Internet. La internet ha venido reduciendo muchísimo los costos de transacción, es decir, los costos que se derivan de coordinar las acciones autónomas de agentes en el mercado.

En su clásico artículo de 1937, Ronald Coase formuló la tesis según la cual el tamaño de las empresas depende de los costos de transacción a los que se enfrenten. Mientras más altos sean dichos costos a la hora de coordinar alguna operación en particular, más provechoso será para la empresa integrar esa operación bajo el mismo techo en lugar de contratarla en el mercado. Siguiendo esa lógica, dado que internet reduce los costos de transacción y hace que sea cada vez más fácil cotizar y contratar servicios en el mercado, debemos esperar –y de hecho ya lo estamos viendo– una tendencia marcada hacia la tercerización.

Previsiblemente, esto va a llevar a una erosión de los derechos laborales. Peor aún, esta erosión va a afectar más duramente a los trabajadores más vulnerables, con menor poder de negociación. Aquellos que desempeñan funciones con alto status, o que requieran conocimientos altamente especializados, siempre serán capaces de negociar para obtener vacaciones, fines de semana, fórmulas de conciliación familiar, etc. La universalidad que habían alcanzado esos derechos en el Estado del bienestar clásico se debía a que las empresas aglomeraban trabajadores de todo tipo de manera que la negociación colectiva terminaba beneficiando tanto a los empleados «de cuello blanco» como a los trabajadores «de overol». La tercerización amenaza con romper ese entramado de solidaridad.

Desde el mundo sindical se han alzado voces para denunciar los abusos producto de tal tercerización. A veces esas denuncias tienen efecto, como se ha visto en las derrotas que han sufrido Uber y otras plataformas de ese estilo en los tribunales. Pero, como lo han expresado los mismos activistas sindicales, a la larga resulta muy difícil que trabajadores deslocalizados y precarizados vayan a reconstruir las estructuras de acción colectiva que dieron ímpetu a los sindicatos del pasado. Así las cosas, las victorias jurídicas del momento más parecen acciones de retaguardia.
 
Una apuesta riesgosa pero valiosa

Por lo tanto, en respuesta a la primera pregunta que formulé arriba, habría que decir que sí es acertado el pronóstico pesimista sobre la posibilidad de preservar las estructuras de negociación colectiva en el nuevo contexto; mejor será ir pensando en alternativas como la RBU para detener, y ojalá revertir, la creciente pérdida de derechos sociales que tanto costó ganar en el pasado. Esto es aún más claro en países en los que, como varios casos latinoamericanos, la negociación colectiva sindical nunca alcanzó los niveles que tuvo en la edad de oro de la socialdemocracia europea.

En cuanto a la segunda pregunta, toda defensa honesta de la RBU debe comenzar reconociendo los riesgos. Por sí sola, en medio de una correlación de fuerzas adversa, la RBU puede terminar siendo, en el mejor de los casos, un paliativo a la pobreza extrema sometido a todo tipo de ataques políticos en temporadas de austeridad fiscal.

Pero no tiene por qué ser así. La RBU ofrece perspectivas promisorias que todo progresista debería ver con buenos ojos. Pensemos, por un momento, en las posibilidades de una RBU ambiciosa que garantizara a toda la ciudadanía un ingreso cercano al nivel de subsistencia (ligeramente inferior o ligeramente superior, dependiendo de las preferencias ideológicas del lector). Por definición, erradicaría la pobreza extrema. Pero sus efectos irían más allá. Al garantizar la subsistencia de toda persona, aumentaría el poder negociador de cualquier trabajador ante sus empleadores, aún en ausencia de mecanismos de negociación colectiva. Dicho sea de paso, esto generaría una compresión salarial que reduciría los niveles de desigualdad.

Pero podría ir más lejos aún. Esta RBU podría ser una herramienta muy útil para, junto con otras políticas, fomentar la creación de nuevos tipos de formas de producción tales como cooperativas, asociaciones democráticas de productores (y consumidores si es el caso), organizaciones voluntarias, etc. Para esto sería necesario que la RBU dejara de ser simplemente un paliativo para la pobreza y se convirtiera en una alternativa para que todo tipo de personas repensaran su relación con el mundo laboral cuando así lo deseen.

Tarea difícil. Pero, de lograrse, consumaría un viejo ideal de la tradición socialista: separar definitivamente la noción de trabajo productivo de la de empleo asalariado, algo que el movimiento obrero del siglo XX no pudo lograr ni siquiera en sus momentos más brillantes, a pesar de luchas denodadas que hoy miramos con reverencia.
 
Para una RBU clasista

Por supuesto, antes de dejarnos llevar por tanta fantasía, recordemos que nunca es prudente escoger una estrategia pensando únicamente en el mejor escenario posible. Muchas cosas pueden salir mal, como lo debe saber todo izquierdista a estas alturas del siglo. Pero el punto no es simplemente mostrar las bondades de la RBU sino usarlas para entender los retos políticos que ésta plantea.

El hecho de que la RBU busque disociar trabajo y empleo ya nos alerta de que en su búsqueda de apoyos políticos puede beneficiarse de nuevos sectores pero también debe cuidarse de perder el apoyo de sectores tradicionales. No es gratuito que la RBU genere reticencias, por ejemplo, en ciertas partes del mundo sindical mientras que es mejor recibida por jóvenes precarios y mujeres vinculadas a los cuidados. La RBU tiene mucho para ofrecer a aquellas personas que difícilmente van a tener inserción en el mercado laboral tradicional, mientras que quienes ya han obtenido cierta estabilidad y ciertos derechos dentro de dicho mercado, naturalmente temen las implicaciones de este salto al vacío.

Pero la defensa de la RBU no tiene por qué depender únicamente de un acto de fe en un futuro incierto. Hay en el mundo actual tendencias que, bien aprovechadas, pueden hacer más plausible la RBU, más tangibles sus promesas.

Ya mencioné, de manera incidental, dos de ellas: las condiciones siempre fluctuantes del mercado laboral juvenil y el reconocimiento cada vez más claro de que el capitalismo actual, combinado con la estructura familiar tradicional, ha infligido serias injusticias sobre las mujeres. Pero hay más tendencias.

Dos hechos fundamentales de nuestro tiempo son, sin duda, la degradación ambiental, que puede llegar a tener consecuencias catastróficas, y el desarrollo sin precedentes de la tecnología de las comunicaciones. Ambos fenómenos tienen algo en común: nos invitan, incluso nos obligan, a preguntarnos si el valor de mercado debe seguir siendo la métrica por la cual evaluamos nuestras actividades. Nuestros patrones de consumo, guiados por el mecanismo de los precios de mercado, ponen una presión cada vez más insostenible sobre los recursos naturales finitos.

Por otro lado, con todos sus defectos y riesgos, las nuevas tecnologías de la comunicación han creado una oportunidad sin precedentes en la historia para producir ocio de excelente calidad, para que los seres humanos contribuyan al bienestar social por fuera del mercado. Hoy por hoy podríamos llevar a toda la humanidad los mejores frutos del conocimiento de manera prácticamente gratuita. Solo es cuestión de voluntad política, ya que los medios tecnológicos y los recursos económicos están ahí. Estamos desperdiciando el sistema más complejo jamás creado por el ser humano (Internet) porque no hemos sido capaces de imaginar usos alternativos que escapen a la lógica de mercado. Tal vez las generaciones futuras se pregunten cómo fuimos tan miopes.

Ante estos dos retos, la RBU se ofrece como un comienzo de solución (solo un comienzo, pero uno valioso). Al fin y al cabo, la esencia de la RBU ha sido siempre abrir espacios de autorrealización individual y colectiva que no dependen del mercado. Justo lo que ahora necesitamos.

Sobre o autor

Es autor de Socialismo, Historia y Utopía (Editorial Akal, 2019)

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